lunes, 4 de abril de 2016

Google y Apple, los ‘hippies’ de Silicon Valley



Pese a todo lo que se dice sobre la innovación de Silicon Valley, la arquitectura de las compañías tecnológicas aún está anclada en el pasado. Muchas de las empresas más avanzadas de la actualidad tienen instalaciones suburbanas terriblemente grises, como cajas llenas de cristales: Google reside en un edificio rehabilitado de Silicon Graphics y Facebook es un laboratorio de la década de 1960.
Aunque los interiores tienen avanzados sistemas de iluminación, lo último en instalaciones y cafeterías con alimentos preparados con insumos de granjas orgánicas, los exteriores muestran fachadas planas inexpresivas, ventanas verticales, ángulos rectos y duros que podrían pertenecer a cualquier complejo de oficinas en cualquier lugar o época de los últimos cincuenta años.

Por esto llaman la atención los planos recién revelados para las nuevas instalaciones de Google (en Mountain View, California) diseñados por Bjarke Ingels y Thomas Heatherwick; y los de Apple, por Sir Norman Foster. Tanto los proyectos, como las empresas, apuntan hacia el futuro… tal y como se proyectaba en los años sesenta.

Las imágenes de las instalaciones de Apple, una estructura en forma de anillo con cuatro niveles, enclavada en un paisaje poblado de árboles, evoca el aterrizaje de una nave alienígena.
La estructura central en el diseño de Ingels y Heatherwick está cubierta por una sinuosa membrana de cristal, una burbuja protectora o saco amniótico que sirve de armazón (no solo conforma la construcción, sino también las ciclovías y el área de trabajo) y, al mismo tiempo, expone el torrente de luz de California del Norte. Vista desde arriba parece una larva que incuba un futuro nuevo y, posiblemente, aterrador.

No obstante, como pasa con el resto de Silicon Valley, este futuro tiene raíces en el pasado. Viene de los sueños perdidos de la vida en comuna, de las utopías sobre un regreso al contacto con la naturaleza. Este es el mundo que una reciente exhibición del Waker Art Center en Minneapolis denominó como “modernismo hippie”. Con la agitación de los años sesenta, comenzó una época de experimentos que suavizaron los bordes de la arquitectura burocrática del modernismo y que exploró nuevas formas y estilos de construcción, nuevas ideas sobre cómo vivir y trabajar.
En el contexto de la contracultura, lo redondo y maleable era bueno; lo angular y puntiagudo era malo. Estos conceptos influenciaron el cine, con los acabados suaves y plásticos de la estación espacial giratoria que apareció en “2001: A Space Odyssey” de Stanley Kubrick, la antítesis del Edificio Seagram, el gran monolito negro y sombrío de Mies van der Rohe que se convirtió en un icono del modernismo corporativo.

Ahora estas ondulaciones vuelven en forma de instalaciones corporativas impenetrables concebidas para la industria de la tecnología que traza el futuro y domina el mundo “sin ser malvada”.
Quizá suene poco probable pero hay una estrecha conexión entre los movimientos utópicos de la década de 1960 y la industria tecnológica, es un tema que ha sido explorado por algunos académicos como el catedrático de Stanford, Fred Turnes, en su libro “From Counterculture to Cyberculture”.
Turnes examina el papel que jugó Stewart Brand, el diseñador que se convirtió en un “alegre bromista” y cuya revista The Whole Earth Catalog, lanzada en 1968 y publicada de manera regular hasta 1972, promovía los ideales de autonomía de 1960, los diseños del tipo “hazlo tú mismo” y la profunda reflexión ecológica.

Brand anunciaba los lugares donde vendían herramientas para construir esta nueva sociedad, sobre todo las nuevas tecnologías (como calculadoras y sintetizadores Moog) que lo conectaron a él y a la contracultura a la escena tecnológica. Kevin Kelly, cofundador de Wired y uno de los editores de The Whole Earth Catalog, pensó que el ethos de la revista que compartía productos y comunicaciones, incluso su diseño, prefiguró al blog.

El joven Steve Jobs, por mencionar un ejemplo, fue un gran fanático. “En la contraportada de su número final”, contó Jobs a los estudiantes de Stanford en un discurso de graduación, “había una fotografía de un camino rural muy temprano por la mañana, del tipo que se podrían encontrar cuando piden un aventón, si son arriesgados. Debajo de ella se leía: ‘Sean insaciables. Sean insensatos’”. Más adelante Brand calificaría a Jobs como uno de los profesionales que fusionó la contracultura y la tecnología.

Brand también fue un promotor del diseño como una forma de construir una nueva sociedad. En un número de 1971, convocó a la creación de un “área proscrita”, un territorio retirado de la civilización, donde se podría reinventar el concepto de comunidad humana.
“Cualquier fantasía de diseño es solo habladuría hasta que se realice”, escribió, y sugirió que el área transformaría nuestra concepción sobre los límites de los seres humanos, “doblar la realidad en direcciones inimaginables y sin restricciones evita las hostilidades de la naturaleza”.
Los diseñadores que siguieron el mandato de Brand durante la década siguiente, crearon formas que presagian de manera asombrosa los mundos corporativos que Google y Apple están diseñando. Después de todo, ellos se tomaron en serio la idea de “doblar la realidad”, al acoger las formas suaves, flexibles y orgánicas. Los arquitectos se sintieron atraídos por los muebles y las construcciones en forma de burbuja.

Tal como lo señala el crítico de diseño Alastair Gordon en su libro “Spaced Out: Radical Environments of the Psychedelic Sixties”, no solo los hippies disfrutaron del resplandor psicodélico de la burbuja; su transparencia y movimiento impredecible parecían estimulantes y humanos al mismo tiempo. El famoso concepto del visionario arquitecto, Buckminster Fuller, de un “domo geodésico”, un refugio gigante para cualquier propósito, se acercó mucho al imaginario de la burbuja.
Las nuevas instalaciones desenterradas de Silicon Valley representan el triunfo de las comunas privatizadas, un mundo verde, natural y protegido para solo unos cuantos. Ni las instalaciones de Google ni las de Apple están abiertas al público, tampoco son replicables a la escala que los utópicos de los años sesenta alguna vez soñaron.

Mucho después de que los huertos de árboles frutales de California del Norte se inundaron de cajas de cristal y áreas suburbanas, las empresas tecnológicas recuerdan con anhelo una época edénica y cándida, cuando parecía que —para usar un eslogan más reciente— otro mundo era posible.

Sin embargo, lo que originalmente estuvo lleno de improvisación y el deseo de vivir con sencillez, ahora está cargado de una montaña inimaginable de dinero. Las nuevas oficinas de Apple costarán alrededor de cinco mil millones de dólares, cifra que las convierte en el edificio corporativo más caro en la historia.



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